viernes, 24 de abril de 2009

CRITERIOS PARA ORIENTARSE EN MEDIO DE LA CONFUSIÓN (I): PUNTOS FIJOS.

Si la adhesión a la verdad es tan importante para la vida, se comprende el cuidado que pone la Iglesia en preservar la pureza de su doctrina. Se comprende también el lamento, muy extendido, de los que se quejan de la confusión doctrinal en la Iglesia. No sólo porque circulan con ligereza opiniones dispares -siempre las hubo-, sino porque, según estiman muchos, falla la orientación de no pocos pastores.

En el seno de numerosos grupos, desde publicaciones, cátedras de enseñanza religiosa, y a veces desde la misma predicación sacerdotal, se vierten, como doctrina de la Iglesia, ideas contrarias a la misma, y, al parecer, sin una desautorización eficaz.

Muchos tienen la impresión de que algunos pastores se expresan de un modo ambiguo o se entretienen en consideraciones acerca de "renovadores" o inmovilistas", buscando una artificiosa vía media, en lugar de exponer paladinamente la verdad revelada, la cual se cualifica por sí misma, nunca por referencia a aquellos tópicos.

Éste es el lamento, muy fundado y compartido por el Papa, muchos obispos e innumerables observadores serios. La cuestión preocupa, ante todo, a los fieles, pero es de suponer que también los que se sienten fuera o alejados de la comunidad creyente querrán saber a qué atenerse respecto a la doctrina de la iglesia.

¿Hay criterios, avalados por la jerarquía de la Iglesia, para orientarse en medio de la confusión, incluso cuando la confusión parece afectar a algunos pastores? Sí, los hay y no será inútil ocuparse de ellos (hablo como obispo, no emitiendo opiniones particulares, sino aquellas enseñanzas y normas de la Iglesia que reflejan sin error la verdad de Cristo).

Pablo VI ha invitado a todos los fieles a que cada uno defienda su fe contra los errores. ¿La va a defender cada uno a su antojo, con "libre examen"? No; de acuerdo con normas superiores de la jerarquía, que es el principio de unidad para todos. Hay determinaciones permanentes del magisterio y el mismo Papa, con solicitud admirable, se encarga de recordárnoslas todos los días.

La confusión brota en torno a las "novedades". Hay novedades legítimas; otras, ilegítimas. Hay cosas claras; otras, oscuras. la confusión se disipa si se discierne entre las novedades, si no se mezcla lo claro con lo oscuro. El discernimiento se hace por referencia al depósito que todos los pastores y fieles han de asimilar con sumisión. "Vigilad y orad", dice el Señor. Nuestra vigilancia se inspira en cuatro actitudes: en medio del oleaje, a través de la niebla, mirar hacia puntos fijos, como faros; referir a ellos las novedades, para ver si son o no legítimas; acotar las zonas de opinión libre; y, aunque a veces haya que atravesar los bancos de niebla de la duda, o de la búsqueda, rechazar siempre las cortinas de humo de la ambigüedad, del lenguaje de doble sentido.

Digamos ahora algo sobre lo primero. Los puntos fijos son, ante todo, las verdades de fe y los principios morales, propuestos y declarados por el Magisterio supremo de la Iglesia: el Papa y el Episcopado universal.

Es importante recordar que estos puntos vinculan a los mismos pastores, de suerte que cualquier manifestación menos clara de alguno de ellos ha de ser juzgada a la luz de aquellas proposiciones. Esta es la norma desde el comienzo de la Iglesia.

San Pedro fue el primero en promulgar una gran verdad: que a Cristo, salvador de todos los hombres, se puede acceder sin necesidad de someterse a la ley judía. Sin embargo, en una ocasión en Antioquía, por no disgustar a los partidarios de la judaizacíón, Pedro se comportaba con disimulo. Pablo se le opuso abiertamente. ¿Por desacuerdo con su doctrina? Al contrario: porque estimó que la "simulación" de Pedro oscurecía la doctrina del mismo Pedro y desorientaba a los creyentes. San Pablo, a su vez, afirmaba que cualquier cosa que él pudiese decir habría de subordinarse en todo caso a la predicación oficial ya establecida: "Aunque nosotros, o un ángel del cielo, os anunciase otro evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema... Si buscase agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo".

¿Ha cambiado algo, en este punto, con el último Concilio? No. Juan XXIII, al inaugurarlo, reafirmó la misma norma. Le impuso como tarea el "ejercicio pastoral del magisterio, que debe partir de la adhesión renovada, serena, tranquila, a todas las enseñanzas de la Iglesia en su integridad".

Y Pablo VI, terminado el Concilio, se apresuró a advertir que es necesario enmarcarlo en el cuadro de todo el magisterio anterior. Poco después, al ver -son sus palabras- que "algunos católicos se dejan llevar de una especie de pasión por el cambio y la novedad", cumple el mandato de Cristo de "confirmar en la fe a sus hermanos" y "proclama por encima de las opiniones humanas" la verdad de Cristo, pronunciando el Credo, "que recoge en sustancia la inmortal tradición de la santa Iglesia de Dios".

Si hay quien siembra el desconcierto, si los mismos pastores inmediatos dejan de orientar, cada uno debe defender su fe. Para ello, lo fundamental es conocer los documentos que hacen fe.

Ciertamente, no es imprescindible estudiar todos los textos de los concilios o de los Sumos Pontífices. Para fijar un rumbo inicial suficiente bastaría acudir, por ejemplo, a los viejos catecismos familiares (como el Astete o el Ripalda...). Sin duda, son resúmenes escuetos, que admiten desarrollo en varios puntos; pero es importante subrayar que ni una sola línea de estos catecismos ha sido cambiada por el Concilio.

¡He aquí, pues, una pista para comenzar a abrirse camino en la maleza de la confusión! Una pista con tres indicadores:

- no hay por qué aceptar nada que sea disconforme;

- si alguien dice cosas que parezcan diferentes, es posible que no hayamos entendido bien y que sean válidas; pero el que las dice, sea quien sea, laico, presbítero u obispo, está obligado en conciencia a mostrar su conformidad con la tradición de la Iglesia, y, mientras no lo haga, es un derecho sagrado de todos suspender el juicio;

- si alguno, en nombre del catecismo de "ahora" se atreve a proponer lo contrario a las verdades de fe y moral contenidas en el catecismo de "antes", por mucho que apele al Concilio, se le debe resistir en nombre del Concilio y de la verdadera autoridad de la Iglesia.

Termino con un ejemplo muy sabroso, ahora que estamos en vísperas del congreso eucarístico nacional de Valencia. Hay quienes, con disquisiciones o argucias más o menos habilidosas, inducen a despreciar la adoración al Santísimo Sacramento en el sagrario, intentando limitarla al momento de la misa. Pues bien, el Credo de Pablo VI dice: "El Señor.. - sigue presente, después del sacrificio, en el Santísimo Sacramento que está en el tabernáculo, corazón viviente de cada una de nuestras iglesias. Es para nosotros un dulcísimo deber honrar y adorar en la Santa Hostia que ven nuestros ojos al Verbo Encarnado a quien no pueden ver y que sin abandonar el cielo se ha hecho presente ante nosotros."

Ésta es la verdad. Con ella en el corazón, no podremos acaso evitar el dolor ante otros comportamientos; pero sí podemos impedir que nadie nos empuje a la confusión.

+José Guerra Campos+, obispo

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