martes, 25 de enero de 2011

CARTAS DE MILLÁN ASTRAY A LAS FAMILIAS DE LOS LEGIONARIOS CAÍDOS


Madrid, 3o de enero de 1922.

A la señora madre del glorioso teniente legionario D. Horacio Pascual Lascuevas.

Muy respetada señora mía y de mi mayor cariño:

Al empezar esta carta atravieso momentos del mayor dolor y angustia para decirla, señora, que nuestro queridísimo Horacio, su hijo del alma, uno de los mejores y más valientes oficiales de la Legión Extranjera, el más querido de todos sus compañeros, el más admirado por sus soldados, el que gozaba del cariño de sus jefes y el mío singularmente, pues le quería con toda mi alma y él correspondía fielmente, el lo de enero ha encontrado la muerte más gloriosa que puede apetecer el más bravo de los soldados.

Sepa, señora, que su hijo, el teniente D. Horacio Pascual Lascuevas, murió al frente de su sección, cayó muerto entre sus legionarios, que murieron rodeando su cadáver, que cayó porque en la retirada hizo muralla con su cuerpo y el de sus hombres para que las de-más tropas de la columna pudieran retirarse sin peligro ante un enemigo que atacaba ferozmente; fué al empezar a anochecer, en el día 10 de enero, y en la cabila del Ajmás. Horacio mandaba la sección de extrema retaguardia ; el enemigo cayó sobre él como un alud en un terreno fragosísimo y abrupto, en una cañada profunda con pendientes casi inaccesibles; al caer, su compañía entera acudió, y junto a él, y con igual gesto heroico, murieron a su lado los alféreces Villar y Salvador Claverías, también rodeados de sus legionarios, y aunque sea cruel en estos momentos aumentar el dolor del santo pecho de una madre, le diré, señora, como española, que Horacio quedó muerto amenazando con los puños al enemigo y mirando fijamente al que le arrebató la vida para bien de nuestra Patria y para dolor de nosotros, que no le olvidaremos jamás, jamás. Su cuerpo reposa en Ceuta, al lado de sus otros valientes camaradas; yo lo acompañé hasta el último momento, y yo, señora mía, rodeado de todos sus compañeros, lancé los, vivas con que nos despedimos del que cae.

La memoria de su hijo vivirá siempre en la Legión Extranjera; el recuerdo de su nombre queda grabado en mi corazón con el mismo cariño y la misma ternura que si hubiera muerto mi propio hijo; lloro, sí, señora; lloro por él.

Ya no sé decir más en esta carta; no se olvide usted tampoco de mí, y que nos sirva de santo lazo de amistad el recuerdo de nuestro querido muerto, el más bravo, el más audaz de los tenientes legionarios, el glorioso Horacio Pascual Lascuevas.

Beso con todo respeto su mano de usted, señora. I. Millán Astray.



Madrid, 4 de febrero de 1922.

Señora doña Pilar Clavería.

Muy respetada y distinguida señora mía y de mi mayor consideración:

He procurado, por todos los medios, averiguar en dónde se hallaba usted, y hoy su carta me lo proporciona, y con ello puedo cumplir mi triste deber de dar cuenta a usted, señora mía, de la gloriosa muerte del alférez legionario D. Manuel Salvador Clavería, su querido hijo, nuestro inolvidable y queridísimo compañero. Fué en el combate sostenido en la cabila del Ajmás, el día lo de enero pasado, y con ocasión del repliegue de la columna, después de haber ocupado Varias posiciones, tras de reñido combate, hubo de quedar la bandera de los legionarios protegiendo el repliegue del resto de las fuerzas de la columna, y como el enemigo atacase rudamente, fieles los legionarios al espíritu glorioso del Arma de Infantería y al credo de nuestra Legión, ofrendaron heroicamente sus vidas para cumplir como buenos sus sagrados compromisos y los impulsos de sus nobles corazones e indomable valor personal. En la retirada cayó gloriosamente, rodeado de sus legionarios, que también cayeron, el heroico teniente D. Horacio Pascual Lascuevas, y su hijo el alférez Salvador Clavería, acompañado del también glorioso alférez D. Abelardo Villar, marcharon con sus secciones en apoyo del compañero, y allí hallaron la gloriosa muerte, que les estaba reservada como hijos predilectos de la Patria que les pide en plena juventud que ofrenden sus vidas pensando en el honor de España y en el del Arma de Infantería, en la que figuran ya como sus hijos predilectos y más queridos.

Esto se lo digo, señora mía, antes de hablarla de su dolor, pues no conozco palabras ni ideas capaces de amenguar el dolor de una santa madre que pierde un hijo de tan bellísimas cualidades como el suyo, y si compartir, el dolor es un alivio, usted ha de tenerlo, señora, pues yo el primero, sufro como el padre que pierde un hijo, pues así los quiero a todos y así quería a Salvador; y sus compañeros no lo olvidarán jamás y en el Libro de Oro del Tercio de Extranjeros figurará como uno de los más preclaros el nombre de su hijo, acompañado de tantos héroes que, como él, cayeron para siempre; su conducta nos servirá de ejemplo, y su recuerdo nos enardecerá para la venganza.

En el cementerio de Ceuta, rodeado de sus compañeros, reposa tranquilo el cuerpo del que su alma está con Dios; yo lo acompañé hasta el último momento; yo lo despedí rezando y yo pronuncié los vivas con que despedimos a nuestros héroes.

Sírvala de orgullo como española él haber dado a España un hijo como el alférez Salvador Clavería; mitigue el dolor de madre como cristiana, con la seguridad de que está en el cielo, que es el premio que Dios reserva a los que dan su vida para la Patria en cumplimiento de su deber. Considéreme como un amigo sincero, unido por el lazo indestructible del cariño de nuestro querido muerto, el glorioso alférez D. Manuel Salvador Clavería, su hijo.

Soy su más respetuoso amigo, que besa sus pies,

José Millán Astray.


Melilla, II de septiembre de 1921.

Sr. D. Juan Sanz Vené.

Mi más querido y distinguido señor:

Esta carta quisiera fuese escrita con la pluma más brillante y áurea con que se hayan relatado los fastos militares. Su heroico hijo, el teniente de la Legión Extranjera don Juan Sanz Prieto, ha llegado en el rudísimo combate de Casa-Bona a los límites del heroísmo; su conducta fué la más distinguida entre todos, y a ella asistimos 25 jefes y oficiales y 500 soldados legionarios. En, ella cayeron, entre unos y otros, cien, y de ellos, veinte para siempre.

Su hijo, el teniente Sanz Prieto, fué de los primeros en el asalto a la posición fortificada enemiga; fué el primero en el asalto a los camiones blindados en poder del enemigo: luchó con energía indomable hasta que cayó toda su gente, y por último, como si quisiera poner un nimbo a su gloria, cayó con la mayor gallardía, a pecho descubierto erguido como un león, atravesado por una infame bala que nos ha separado, aunque, gracias a Dios y a la querida Virgen, por poco tiempo, de uno de los más queridos y admirados de nuestros compañeros. A mi lado cayó, y solamente el dolor que su respetable madre. cuyos pies beso, y usted, señor, que es su padre, pueden sentir, es la medida del que yo sentí. Cayó como una torre que se desploma, le recogimos amorosamente, le cuidamos con ansiedad infinita para defender tan preciosa vida y, en medio de aquel rudo combate y en medio de sus dolores, no decía su heroico hijo, el teniente Sanz Prieto, otra cosa más que ¡Viva España! Y ¡ Viva la Legión!

El médico Sr. Del Río, también amigo de Juanito, hízole una cura tan rápida y atinada, que salvó su vida; quiero que sepan el nombre de este médico amigo de su hijo para que le guarden ustedes la debida gratitud.

Terminado el combate, dejándolo todo, fui corriendo al hospital para verlo, como si fuese mi hijo, y sepan, mis queridos señores, que usurpé noblemente el puesto de ustedes y besé lleno de cariño la frente del héroe.

La Virgen, que nos protege, le ha protegido a él y, aunque la herida es dolorosa, no pone en peligro su vida y hay muchas esperanzas de que cure pronto su hijo querido.
No sé si concederán recompensas a estos oficiales, y así como la nobleza del corazón de su hijo le impide tener ninguna bastarda ambición y no piensa en premio alguno, yo, que soy el jefe de él; yo, que todo lo que hago se lo debo a mis oficiales únicamente, pues soy el peor de este cuadro de héroes, sí pido, sí demando recompensa para los que, como el teniente D. Juan Sanz Prieto, su hijo, saben llevar al Arma de Infantería a las cumbres de la gloria y del honor.

Nosotros le cuidamos y velaremos por él todo lo que las necesidades del servicio nos permitan; está contento, está orgulloso y ayer, cuando fui a verlo, dormía reposado sueño, que velé largo rato sentado a los pies de su cama.

Reciban ustedes, mis más queridos y respetados señores, la gratitud más profunda de este modesto jefe de los legionarios por habernos dado un hijo como el de ustedes, el teniente D. Juan Sanz Prieto.

Soy su más afectuoso amigo, que les besa las manos,

José Millán Astray.

Literatura legionaria

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